miércoles, 17 de septiembre de 2014

No era beligerancia, era errar sin miedo

Parecía que iba a caerse el cielo, que las nubes sostenían cada pedazo de vanidad que quedaba en sus labios y un vendaval había impregnado de caos sus molduras. Era gris, tenue y sonoro, y ella lo miraba absorta desde la ventana. Se preguntaba que habría encima, si un terciopelo suave y cálido como el de su madre, o si por el contrario eran las estibas firmes que su padre aglomeraba en las cuentas de su pelo. '¿Y si no hay nada?', pensó. '¿Y si estoy sola?'.

Las malas lenguas decían que debía ser natural, que un día viene y se los lleva. Y también decían que no debía ser justo, ni elegante, ni siquiera rápido: sólo definitivo. Pero aún así quería gritarle a la jaula, a ese reloj que llamaban vida, y aporrear con toda su indecencia a aquel cielo plomizo.


Y, sólo entonces, ella vendría y la arroparía en su cama. Y podría dormir de nuevo.

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