jueves, 6 de agosto de 2015

Dime cuánto y vamos a medias.

Me gustaría pensar en ti como una de esas nubes que vuelan alto y te mojan el alma. De esas que te hacen darle la mano y llover bajito, cuando nadie mira, porque todo el mundo quiere ver qué anegan tus ojos, y los míos. Pero conllevas un precio, ¿Lo sabías? Porque cuando no estás yo me vuelvo ese huracán que tuerce el cielo y que rasca las estrellas, yo me vuelvo ese terremoto que sacude tus montañas y que pervierte aquello que llamas vida. Yo me vuelvo la misma muerte, incontenible y rota, como un frasco agrietado que pretende abarcarlo todo.

Y es que yo necesito esas nubes, para estos días malos, y esa terapia mágica que tú llamas llorar. Necesito que me hables y que me inundes con tu sabiduría pagana, con tus versos robados, con tu elocuencia inmunológica, con uno de esos cuentos que me hacían dormir, para que pueda reconstruirme y pagar mis deudas con las horas, los días y los meses que me faltan a tu lado. A veces, y sólo diré a veces, tengo que aflojar la carga, y descansar, y subir a mi propia espalda para que deje de doler. A veces, y siempre diré a veces, necesito ser un poco menos temerario y un poco más valiente.

Pero no puedo decírtelo. No puedo necesitar nada. No puedo querer nada. Porque me enseñaron que eso... eso... te hace débil. Y yo quiero ser fuerte por ti.