sábado, 2 de marzo de 2013

Y no me llames vida...

Se dio la vuelta, con cuchillas por ojos y veneno acariciándole la garganta. Tenía el regusto amargo de los amantes perdidos, de la desesperación en Diciembre. Se había cansado de esperar a que su luz apareciera cada mañana, a que volviera a su cama por equivocación siguiendo las huellas de un extraño. Y por fin se había dado cuenta de que eso nunca iba a pasar. Su tono se volvió tenso y cortante, como el hielo de sus venas cuando discutía con la almohada. Era por ella, por la hiel de sus caderas y el desdén de sus pestañas, que le habían arañado el eco de su voz hasta ensangrentar cada una de sus palabras.

-No quiero volver a verte. – Se oyó a sí mismo decir a lo lejos. Y justo en ese momento se acordó de su olor, de aquella noche en la playa, de cómo lo miraba mientras le robaba el aliento. Pero el recuerdo no tardó mucho en desaparecer. La bilis ocupó su lugar.- ¿Me has oído? Vete. No quiero nada de ti.
-Mientes. Como siempre. – Un tic nervioso se alojó en sus dedos, haciendo que se pasara un mechón de pelo por detrás de la oreja. Sonrío insegura pero arrogante. - ¿Y sabes por qué lo sé? – Se humedeció los labios. Un escalofrío recorrió la espira dorsal de él. – Porque estás enamorado de mí.

Él enmudeció durante unos instantes, entre dolido y hueco. Respiró hondo. Y antes de que ella pudiera volver a atacarle sacó algo de su cartera. Una foto.

-Te equivocas. – Contestó. Se le quebraba la voz. – Yo estaba enamorado de ella.



2 comentarios:

Marie dijo...

Yo siempre he pensado que nos enamoramos de personalidades, no de personas. Y las personalidades cambian demasiado. Te dejo un gatito en el tejado para que te acompañe :)
Un besito.

Diane Ross dijo...

A veces nos enamoramos sin mirar realmente al otro.