viernes, 9 de agosto de 2013

Desorden en las nubes y compañeras

Me habían dicho que si caía del cielo me hundiría entre la podredumbe y la tristeza de la gente, que me quedaría colgando de sus lágrimas, para siempre, como habían sufrido antaño mis hermanas. Y es que yo no quería ser uno de esos frascos azules, reclusos del vaivén de su pecho, a los que llaman pedacitos de 'todo y nada'. Que yo no quería ser fruto de su experimento, cautiva y non grata. Ni que intentaran desconchar mi luz con el frío de sus entrañas. Pero no sé cómo ni por dónde, tropecé con la curiosidad y con la ausencia, con la ignorancia y sus errores, y me precipité hacia ellos rauda. Juventud e inconsciente eran unos de los pocos susurros que escuché mientras bajaba.
Y tenían razón en algo, al llegar abajo hacía frío, y las flores se marchitaban. Todo el mundo se miraba con el alma cansada. Y el peso que llevaban sobre su espalda era demasiado grande.

Pero de pronto me vieron, y yo ya no temía por la insustancia de mi cuerpo, ya no había miedo ni cárcel, sólo deseo. Y pasé de estrella fugada a estrella fugaz.

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