domingo, 10 de febrero de 2013

Tres cucharadas de azúcar

Los latidos se le agolpaban en la lengua, desbocados. La carta decía que llegaría esta misma noche. Aún se planteaba todas las maneras posibles de salir de la estación sin cruzarse con ella. Desdobló el sobre que había guardado en su cartera, estaba arrugado y algo arañado por los bordes. El poco mimo con el que lo había conservado era más que evidente. Volvió a echarle otro vistazo, el duodécimo para ser exactos. ¿Y por qué tenía que esperarla? Era ella quien se había ido, debería ser al revés. Tenía los nervios a flor de piel, cualquiera diría que aquel frío y despiadado fiscal era poseído en aquellos momentos por algún espíritu contorsionista. Se mordió el labio inconscientemente, estaba fuera de sí, fuera de todo. No encontraba lógica a su vuelta, ni siquiera se imaginaba el motivo. El vacío que los separaba había ido creciendo por los últimos dos años, y ahora, de pronto, decidía volver.

- Tal vez necesita dinero...

Una viejecita que pasaba por delante suya en ese mismo instante se giró hacia él y le miró anonadado. Estaba tan ensimismado con sus conjeturas que ni siquiera se había percatado de su presencia. Ella suavizó sus rasgos.

- Puede ser, joven. Pero lo que todo el mundo necesita no son un montón de números en una tarjeta de plástico. Es... amor. Aunque bueno, que va a saber una anciana como yo...


Y ahí estaba, la variable enloquecida de su vida. La causa, el efecto y la voz.

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