martes, 28 de agosto de 2012

Mejor tarde que nunca.

Alguien me dijo una vez, "Cuando encuentres la felicidad, deja de buscar la trascendencia". Y yo, hambriento de vida, no lo entendí. ¿Cómo iba a dar con la felicidad si no la estaba buscando? ¿Y qué pasa con la trascendencia? ¿Tan malo es querer profundidad? Entonces pasaron los minutos, las horas, los días, e incluso los años, y la madurez me dijo "Para".
Las arrugas de mi frente crepitaron rabiosas al oír el timbre, yo que costumbraba sentarme a leer frente a la lumbre, nunca veía culminada esta tradición sin la interrupción de alguno de los vecinos del pueblo. Me levanté, no sin esfuerzo, y me balanceé a tres patas hacia la puerta. Una niña de media melena rubia comos los rayos del sol y las mejillas coloradas se encontraba al otro lado, sonriente.

- Abuelito, te he traído un regalo. - Destelló. Fue demasiado rápido, así que no supe determinar si habían sido sus ojos o su pelo. En cualquier caso había escuchado la palabra mágica y golpeé el suelo con la base del bastón.
- No me llames Abuelo. - Repliqué gruñón. Yo que nunca me había casado ni tenido hijos, no consideraba correcta esa clase de apelativos afectivos. Pero ella no se retractó, al contrario, reía.
- Toma. - Sus manos estaban arañadas y sucias, y entre ellas se encontraba una solitaria margarita amarilla.
- ¿Y esto por qué?
- Para que el día que te enamores se lo regales a una abuelita que te haga feliz. Y así nunca más volverás a estar triste.


Y por fin comprendí el sentido de aquella frase que tantos años llevaba buscando.

2 comentarios:

Eva dijo...

Precioso :)

Laura dijo...

La felicidad la encontramos donde y cuando menos la esperamos.

(tus palabras son pura preciosodad:)
*besos
rellenos de
felicidad*