Cuando la rabia le ahogua y la tristeza le empapa la cara, su única opción es huir. Y es que los hombres no lloran.
Por eso, la lluvia, la ducha e incluso un lugar como una piscina, es el modo más adecuado de escapar. Así las lágrimas se confunden en los ojos y quizás... lleguen al mar.
Él sueña que van allí, se hunden y dispersan para no volver más. Así se deshace de sus penas, las muda, como la piel.
¿Sabes Daya? No tengo carta de triunfo. Esta vez no.
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