miércoles, 18 de mayo de 2011

Todos tenemos cicatrices.

Cuando le conocí no esperaba nada del otro mundo, un par de gritos, una sonrisa a medias y las flores secas de mi balcón. Una amistad inmadura y alarmista, un amor efímero y un viaje con retorno por las lágrimas amargas.
Pero esta vez no fue el Aleph, no fueron los fuegos de Arcadía ni los escudos de bronce de Oriente Menor. Esta vez los libros no se tragaron mis penas, y no tuve a donde ir.
Y es que yo no sé decir adiós. No me gustan las despedidas, por eso siempre tengo miedo a empezar. Por eso me gustan las flores y los besos sin final. Porque ingenua de mi, siempre soñé con ese príncipe radiante. Y que nada ni nadie me robaría el infinito, la constancia, la felicidad.
Pero es que todo lo que quiero viene con un precio. Y hay cosas que no estoy dispuesta a pagar.
Sólo con Nick me atreví a apostar, y Sally, tu ya viste como acabó todo.
Se llevó mis sonrisas y me dejó los defectos, el corazón hecho trizas y  los sueños desperdigados por el suelo.
Aunque... ¿Sabes?
No me arrepiento de nada.
Será el dolor, serán las penas, será que estoy sola. Pero valió la pena.
Le quise más que a nadie, Sally, aunque el nunca me quisiera a mi.
Por un tiempo fui más que feliz. Fue mi cuento, mis pasos, mis aciertos y mis errores.
Los tomé yo. Y ahora que caigo, y que al final de la cuerda ya no hay nadie más.

Mi corazón vuelve a ser mío.
Y de nadie más.




¿Sabes por qué?
Porque ya no pienso en ti.

No hay comentarios: