viernes, 25 de febrero de 2011

Ni dos, ni tres.

Recuerdo lo que dije perfectamente. Las palabras eran tan dulces y el silencio tan suave que fue difícil de imaginar. ¿Por qué pasó? No sé, sentí ese deseo irrefrenable de salir. Mi muro se estaba rompiendo, las grietas amenazaban con corromper mi oscuridad. Buscaría otra.  Pero ella estaba allí, era brillante, me iluminaba. Y pordrás escudarte Ethan, podrás decir que el malo soy yo. Ambos sabemos nuestro lugar.
Nunca fue una venganza, yo ya lo sentí en mis carnes, aún me acuerdo de aquellas tardes que te esperaba hasta las tres, y tú seguías con ella. Con Cristina ¿No?, así se llamaba. Me abandonaste por ella.
Ahora es justo al revés, el amor se me escapa entre los dedos, ya no puedo sostenerte. Desde que la conocí mi mundo ha cambiado, parece que fue ayer cuando me tropecé con ella en la biblioteca, parecía tan apurada con su cargamento de poesías, con la lengua afilada, con los labios atentos. Carolina.
Hace dos meses que la conocí, y nunca había sentido nada por ella. Siempre creí que era normal, que era una atracción puramente intelectual. ¿Pero sabes Ethan? Ella me hizo soñar como nunca supiste tú. Escuchó mis venturas, aguantó mil locuras. Sin embargo tú... Fuiste cuerpo duro sin corazón. Te quise más que a mi mismo. Y al final, la felicidad se te escurrió por las esquinas de tu boca. Por ese eco repetitivo al que llamamos dolor.
No me arrepiento de nada, soy libre. Escapé de la tela de araña.
Fuiste mi alimento, pero ya no tengo hambre.

1 comentario:

Diane Ross dijo...

Cristina siempre es un mal nombre.
Hey, Jace, ¿te vienes a las nubes conmigo? Hace frío. Y todavía no te conozco...