sábado, 4 de julio de 2015

La séptima, dijo. La última, dije yo.

Me pesan las pestañas, porque eres un idiota, uno de esos redomados que cansan hasta al más paciente, y ya sabes que yo no lo soy. Yo muerdo la manzana antes de caer del árbol, oh, y te araño la espalda cuando todavía llevas la camiseta puesta. Yo te disparo, dos veces, entre espacio y espacio, cuando pronuncias mi nombre, sólo porque me gusta oír cómo arde en tus labios. Aunque ya no me divierte la espera, la angustia, el tira y afloja. Ahora quiero ver cómo te hundes. Pero tú no vas a dejar de nadar, lo sé, te has anclado a mi pecho para que no me atreva a renunciar a mí. Piensas que has ganado y disfrutas de la colisión, como si desearas la caída antes de imaginar el acantilado, y levantas los brazos cuando yo me alzo porque sabes que después llegará tu turno. Eres el diablo que vive en la séptima costilla, y en la octava, y en la novena, porque las demás no aguantaron el golpe. Eres el aire enrarecido de mi celda, mi bote salvavidas, mi botón de autodestrucción. Y crees que no puedo hacerlo, que me quiero demasiado o que me da miedo o alguna de esas historias que te cuentas para poder dormir. Pero, ya no queda nada que salvar, así que aguanta la respiración...

Yo levantaré los brazos por los dos.

No hay comentarios: