jueves, 25 de abril de 2013

Vivre vite, mourir jeune

Él tenía tanto frío en el pecho que sentía su respiración serrándole los pulmones. Se miró las manos, amoratadas y doloridas por la noche, y observó con detenimiento el temblar de su cuerpo en un tempo desenfrenado. Por un momento deseó tirarse del puente, hacia las aguas oscuras y malolientes del Támesis. Para que la mugre le diera el calor que no le había dado la vida. Pero su corazón se había cristalizado de esperanza, de que ella sí vendría, de que había una buena explicación para todo esto y se negaba a moverse. Miró otra vez hacia Southwark, nada. Ella no estaba allí, con su cinta azul y sus ojos de cielo. Había perdido la cuenta de las veces que se había imaginado que ella venía, que estaba empezando a sentirse loco y cansado, como si cada desilusión hiciera eco en sus venas. Junto las manos y se echó el poco aliento que aún no había huido por las grietas de su garganta, esperando que en un despiste no se le escapara el alma de entre los dedos.

- ¿Señorito Leblanc? - Dijo un hombre uniformado a sus espaldas. El corazón le dio un vuelco. - ¿Es usted?
- Sí, soy yo.
- Le traigo un mensaje de la señorita Valois. Es urgente.

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