domingo, 9 de octubre de 2011

Esto lo escribí un 28 de marzo

Cristina bajó las escaleras con miedo, se iba a caer, lo sabía. Pero él la sujetaba con firmeza, la hacía sentir segura. El taconeo de sus lentejuelas era el perfecto compás de una sonrisa rota. Era el adiós que ella buscaba y el que él tanto temía.
"Tranquila" Le susurró. Cristina temblaba, sus labios eran un par de esbozos nuevos, sin perfilar, indecisos.
- No puedo. - Se atrevió a decir ella, aunque ambos lo sabían.
- ¿Qué? ¡Claro que puedes! - Gritó él. - Te ayudaré. Estoy aquí.
Dudaba, era irónico. Ahora le tocaba a ella.
- No me refiero a bajar las escaleras con... esto - Hizo una mueca de dolor, mal movimiento. Aún no controlaba las muletas de Adam, eran demasiado grandes. - Me refiero a nosotros.
- Cristina..
- No. Se acabó de verdad, Scott. - Inspiró hondo, necesitaba fuerzas para continuar. - Ya no es sólo la confianza, no es que hayas dejado de confiar en mi...
Scott soltó su mano. Lo había echo otras veces, cuando se iba, cuando no pensaba volver. La primera vez fue en Nairobi, la última en Berlín.
- No es que no te lo cuente todo..
- Ya se como sigue.. - Le interrumpió. Le costaba calibrar sus palabras, pero le añadió sarcasmo. - Es que no te sale. ¿No?
Él se mordió el labio.
- Por favor Cristina, piénsalo. ¿Por confianza? ¿Tu te oyes?
Ella sonrió, le lloraban los ojos, pero sonrió.
- No me has escuchado. No es sólo por confianza. Es que ya no te quiero.
*No fue el destello en sus ojos, no fue la sal en su boca, ni el sonido acelerado de nuestros corazones al romperse. Fue el último te quiero, que arrasó con todo. Desarmó mis palabras y las redujo a la nada. Y es que siempre se le dio bien hacerme daño. Lo peor de todo, cuando ya se había ido y terminé de nuevo rondando por las escaleras, no lamentaba las costillas rotas, ni el sabor a tierra del suelo. Lloraba porque sabía que te seguiría queriendo.

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